“Vayate, vayate” le dijo la pequeña Isa a su padre para mostrarle su desprecio y enfado. Por alguna razón, su padre la había regañado y ella se quedó muy enfurruñada. Cuando más tarde su padre la invitó a salir, Isa, de 3 añitos, le contestó con un rotundo “¡No!”. El padre se aproximó a la puerta de la casa y cogió las llaves del coche e insistió: “Me voy, Isa y tú te quedarás en casa”.
Isa, que adoraba salir de paseo, torció sus enormes ojos y soltó su singular forma imperativa del verbo «ir»: «¡váyate!».
Si Isa hubiera sido una adulta habría dicho “vete, vete”; pero estando en ese divertido momento de la creación lingüística, sencillamente produjo una forma de su propia reflexión sobre la lengua.
Seguramente muchos de vosotros habréis observado como vuestros hijos o sobrinitos crean su propio lenguaje a partir de lo que han escuchado. Por ejemplo, “redetido” es derretido o “yo no he fuido” para decir “yo no he sido”, etc…
La gran cantidad de disparates lingüísticos y conceptuales que producen los niños son recibidos con risas y demostraciones de afecto. No pasa lo mismo cuando somos mayores y aprendemos una segunda lengua. Las equivocaciones, fallos y falletes son recibidos con correcciones, burlas, caras de desconcierto porque no nos comprenden y hasta con impaciencia y grosería.
Algunos de los grandes lingüistas de nuestro tiempo afirman que cuando un niño viene al mundo se activa un dispositivo o programa en su cerebrito que hace que adquiera la lengua de su entorno y eso es inevitable.
Si hay varias lenguas a su alrededor, pues se hará un joven políglota. Está escrito en el ADN que los niños se sienten, gateen, se pongan de pie, den sus primeros pasos y luego arranquen a caminar y a correr. Del mismo modo, está escrito en el ADN, que los niños adquieran su primera lengua.
Comunicarse es ¡tan importante! que la naturaleza privilegia el desarrollo de la lengua dentro de los cerebros humanos. Una vez que ese objetivo está cumplido, ya el cerebro no es tan eficaz en adquirir sistemas de comunicación, pero no por eso deja de existir ese “espacio” y ese “instinto” que hace que aprendamos lenguas sin una reflexión consciente.
Un niño pequeño hace una “reflexión” inconsciente sobre la lengua que lo rodea y aplica las reglas de un modo que le resulta lógico.
¿Si “yo amo”, “yo temo”, “yo parto” son formas correctas, ¿por qué son incorrectas las formas “Yo sabo”, “Yo cabo” o “yo pono”?
A este fenómeno se le llama SUPER-REGULARIZACIÓN.
Y la prueba más sencilla de que son reflexiones de sus cabecitas es que no pueden haber imitado esas formas incorrectas de los adultos que los rodean por la sencilla razón de que los adultos no las dicen.
En fin, la adquisición de la lengua por parte de los niños es un tema apasionante, pero no es el asunto central de este artículo.
Lo traigo a colación para explicar lo que es el interlenguaje.
El interlenguaje
Cuando uno aprende una lengua, después de la primera infancia, uno se acerca a esa lengua con ese primer instinto lingüístico bastante más apagado que cuando somos niños, pero todavía está allí.
Si lo dejamos actuar, nos ayudará ¡y mucho! a aprender esa nueva lengua.
También nos aproximamos a ese aprendizaje con conceptos ‘adultos’ que van desde el conocimiento del mundo hasta conocimientos universales de gramática como que todas las lenguas tienen una estructura (sujetos, verbos, objetos, etc). Y, por decirlo de algún modo, para la segunda lengua sabemos más pero aprendemos menos.
Hay una parte de la segunda lengua que se aprende con conciencia y trabajo. El libro y el profesor de inglés, o de francés, o de alemán, o de cualquier otra lengua, son vitales,… qué duda cabe. La música, las lecturas, las películas, ¡hay tantos y tan buenos recursos!
Pero el mejor de todos es practicar conversando con otros seres humanos.
Al hablar, con todas las dudas y problemas que esa comunicación genera, pasamos trabajo, sufrimos, sudamos, nos avergonzamos y nos frustramos.
Pero ese roce con la realidad de nuestra nueva lengua ¡consigue una cosa mágica!: abre un espacio en nuestra mente, parecido al que se activa cuando somos bebes.
Ese espacio es conocido entre lingüistas como “el interlenguaje”,… pero el nombre, realmente, es lo de menos.
Lo que de verdad importa es que además del trabajo y la reflexión consciente, generamos un espacio de reflexión inconsciente parecido al que tenemos en la infancia.
Con esa reflexión espontánea y sin reglas, nuestro aprendizaje se acelera y se profundiza.
Las conexiones cerebrales que amarran unos conceptos a otros y que hacen crecer el espacio que nuestro cerebro le dedica a ese nuevo conocimiento ¡crece! Y lo hace con más rapidez, con más eficiencia, ¡mucho mejor!
El interlenguaje, ese espacio donde la nueva lengua se produce en nuestra mente, tiene de todo. Hay super-regularización, como cuando nuestros niños dicen “sabo” o “pono”; es decir, se aplican las reglas DEMASIADO.
Cualquier profesor de inglés sabrá qué alumnos practican y estudian más y quienes practican menos dependiendo del mayor número de aplicaciones extrañas que hagan de las reglas gramaticales.
Me explico:
Al aprender del Presente Simple la “s” de la tercera persona del singular en inglés (she loves John, he works hard, it feels good, etc), al principio los estudiantes no le ponen esa “S” a ninguna persona.
Cuando empiezan a incorporar la regla (han estudiado), de pronto, ¡se la aplican a todo!
Ese es un modo muy raro de aprender a usar la estructura correcta, pero es infalible. A partir de allí, de pronto se producen las formas correctas de un modo natural.
Transferencia
Además de la super-regularización, otra extraña criatura que vive en el espacio del interlenguaje, es la “transferencia”.
Este término se refiere a que pasamos reglas de nuestra primera lengua al sistema de reglas de la segunda (es decir, las reglas gramaticales y estructurales del español se las aplicamos directamente al inglés), cosa que rara vez resulta adecuada.
Por ejemplo, en español el verbo «hacer» es un verbo con mucho contenido.
Es un verbo “gordo” porque uno puede hacer: una paella, aeróbic, la cola de espera en el banco, reservas en un restaurante, un cheque, pucheros, cosquillas y hasta magia.
En inglés, por otro lado, la cosa está distribuida entre “do” y “make”.
Mientras aprendemos a usar “do” y “make”, los hispanohablantes usamos uno solo por mucho tiempo – suele ser “make”, por alguna extraña razón – y así decimos cosas tan incorrectas como “make exercise”, o como “make my work”.
Nos cuesta distribuir el significado porque en español no está distribuido.
Lo mismo les ocurre a los angloparlantes que tratan de distribuir el sentido del verbo “to be” entre “ser” y “estar”, cuando aprenden español.
Otros problemas de transferencia en el interlenguaje (learner language) del estudiante español aprendiendo inglés:
Artículo ‘the’
- I will write my essay and
theyours also→I will write my essay and yours also
Este error proviene de nuestra manera de expresar esta frase en español: Voy a leer mi libro y el tuyo también
Artículo ‘a‘
Mi mother is nurse→Mi mother is a nurse
Nosotros en español decimos: Mi madres es enfermera
Género
- What bright sun! Look at
him!→What bright moon! Look at it!
Nosotros diríamos: ¡Qué sol más brillante! ¡Míralo!
Interlenguaje=reglas provisionales
Por último, el interlenguaje, que es un sistema de reglas provisionales, no es una creación voluntaria.
Simplemente ocurre y obedece a un funcionamiento que todavía se está estudiando. Pero sí es un proceso automático, una cosa que nos pasa cuando practicamos una lengua y allí, lo que importa es comunicarse, lograr pasar el contenido de nuestros mensajes.
Repito: a ese espacio de nuestro cerebro le importa un pepino aprender inglés, o francés o alemán. Ese espacio surge por una necesidad de comunicarse, no por una necesidad de aprender. Allí nacen nuestras estrategias de comunicación en ese mundo que no es el nuestro.
La mímica, el dar vueltas alrededor de las palabras que no podemos decir (circunloquios), el aprender oraciones completas como fórmulas para cada situación, el dejar el espacio abierto para que sea el interlocutor el que diga la palabra y otras muchas estrategias nacen dentro del interlenguaje.
En fin, aprender un nuevo idioma puede ser muy duro y frustrante porque es volver a ser niños en términos de comunicación pero con necesidades adultas que comunicar.
Es también magia cerebral. Es un trabajo que sigue ocurriendo aunque estemos en otra cosa, o sencillamente durmiendo.
El interlenguaje “ocurre” porque uno se expone a la situación de practicar la lengua en vivo, con gente real y para lograr cosas reales.
Para aprender un idioma se tiene que trabajar duro y sufrir la frustración del afásico, pero te aconsejo que sufras, que te esfuerces al máximo hasta que tengas agujetas en el cerebro y, sobre todo, que te ¡equivoques! Así aprenderás más y mejor.
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